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DAVID BETANCOURT (medellín)

Fragmento de una entrevista al autor

 

¿A qué edad empezó a escribir cuentos, cómo llegó a su escritura?

 

Muy tarde, como a los veinte años. Resulta que cuando era niño mi papá me daba billetes por resumir libros que él seleccionaba. Leí sin ningún orden lo que caía en mis manos, desde Dostoievski hasta libros de superación personal y así me envicié a la lectura. Los billetes fueron pronto más que mis necesidades, me estaba enriqueciendo por leer y hacer resúmenes; cosa que entendió papá, y me dejó de dar plata. Entonces me rebelé: ¡No leo más!, le dije. Y para no retroceder en mi decisión, me las tuve que idear para leer a escondidas de mi papá. Leí a Andrés Caicedo y a Cepeda Samudio y pensé, equivocadamente, que escribir no era tan difícil. Entonces empecé escribiendo un panfleto anónimo que se llamaba El Impío, que cada mes alguien, a quien papá pagaba, repartía a la entrada de mi colegio de curas franciscanos. Me divertía escribiéndolo, conociendo el apoyo de los estudiantes que no veían la hora de que saliera el próximo número, me divertían las discusiones con los profesores sobre los temas que allí se trataban y, también, sabiendo que el rector estaba entregando una recompensa de veinte mil pesos a quien diera con el paradero del autor intelectual de ese pasquín inmoral. Luego de que mi ego me llevó a entregarme, a decir que yo era el autor de El impío para que todos hablaran de mí, salí del colegio por la puerta de atrás a estudiar periodismo y a dedicarme por completo a la escritura. Me incliné por la crónica literaria. Inventaba personajes, historias. Recuerdo a un tal Roberto, un hombre de la calle que creé en una semana, experto en literatura, que puse a vivir en el Parque de San Antonio y que se volvió famoso en la universidad. Los profesores y los estudiantes de periodismo, luego de leer mi historia inventada, querían conocerlo, entrevistarlo y, al no encontrarlo en el parque, me buscaban para que los llevara a donde él; Roberto les parecía genial, les causaba curiosidad. Me di cuenta entonces, con este y otros ejemplos, de que lo mío no era la reportería, las historias reales, el contar basado en la verdad (a la que le estaba faltando), el periodismo, contar historias reales que parezcan de ficción; no, lo mío era la literatura, crear historias de ficción que parezcan reales, que sean verosímiles. Y leyendo y leyendo, de todo, de todos los géneros literarios, sentí un gusto muy fuerte por el cuento, que decidí estudiar antes de empezar a escribir.

 

Cuentista y periodista. Estudió filología hispánica en la Universidad de Antioquia.  Considerado uno de los mejores cuentistas jóvenes del país. Autor de los libros de cuentos Buenos muchachos; Yo no maté al perrito y otros cuentos de enemigos (Premio Internacional de Escritura Creativa en Caracas); Una codorniz para la quinceañera y otros absurdos; y Cuentos de Risa.

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